Existen 6 emociones básicas y universales: ira, miedo, alegría, sorpresa, asco y tristeza. Si bien algunas son consideradas como emociones “negativas”, tales como la ira, el miedo y la tristeza, lo cierto es que todas ellas tienen un papel positivo en nuestra vida, aportándonos energía que, bien canalizada, puede ser utilizada para garantizar nuestra supervivencia y facilitarnos la adaptación a nuestro entorno. Así, por ejemplo, la ira nos sirve para poner límites a una relación de abuso y nos energiza para superar obstáculos en la consecución de un objetivo; el miedo nos informa del posible peligro inminente y nos prepara para la acción; y la tristeza nos brinda la oportunidad de reflexionar y elaborar una pérdida. En definitiva, en presencia de un estímulo real aversivo, amenazante o peligroso para nuestra vida, nuestro cuerpo se emociona y reacciona con el objetivo de protegernos.

¿Y qué es lo hace que las emociones se vuelvan en nuestra contra y puedan incluso ser perjudiciales para nuestra salud? Por una parte, su duración en el tiempo más allá del cese o retirada del estímulo real que la provocó y, por otra parte, su manifestación en ausencia de un estímulo real que suponga una amenaza para nuestra vida. Una reacción emocional desproporcionada, con una escaso control por parte de la persona afectada, a menudo deriva en problemas psicológicos, como por ejemplo la agresión en una situación que provoca ira, la depresión como manifestación de un estado prolongado de tristeza, o la ansiedad como consecuencia del miedo a un estímulo o situación imaginada. Una emoción descontrolada puede llegar a afectar la salud de las personas, a través de la aparición de enfermedades psicosomáticas como consecuencia de la respuesta de estrés mantenida en el tiempo, deteriorando sus relaciones sociales y su calidad de vida (Gross y John, 2003).

La regulación emocional, por lo tanto, resulta imprescindible para una adecuada adaptación al medio y la supervivencia. Pero, ¿es posible controlar las emociones? ¿O hemos de resignarnos a que dominen nuestros actos? En las últimas décadas, psicólogos, neurocientíficos, sociólogos, antropólogos y neurólogos vienen abordando el estudio de las emociones, encontrándose importantes resultados en torno al “por qué” y el “cómo” del control emocional.

¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando nos emocionamos? La amígdala, una pequeña estructura en el centro cerebral, es la encargada de activarse ante estímulos –reales o imaginados- que se interpretan como peligrosos o amenazantes para nuestro equilibrio vital, desencadenando toda una cascada de sensaciones y reacciones fisiológicas. Esta respuesta es rápida, automática y está programada biológicamente, por lo que su aparición, necesaria como hemos visto para nuestra supervivencia, no se puede anular a voluntad.

Sin embargo, sí es posible regular su intensidad y duración. Diferentes investigaciones ponen de manifiesto que la interpretación cognitiva, es decir, la forma en que se perciben e interpretan las emociones puede cambiar nuestra reacción emocional y, por lo tanto, su repercusión sobre nosotros. En este sentido, estudios realizados con resonancia magnética funcional han concluido que las técnicas de “distracción cognitiva”, consistentes en desviar la atención del estímulo o situación que ha provocado la emoción y, en su lugar, generar otros pensamientos neutrales, son eficaces para recuperar la calma, ayudando a “enfriar” la activación de la amígdala gracias a la activación de otra estructura cerebral, la corteza prefrontal, la cual guarda relación con la planificación, la toma de decisiones y la acción. Cuanto más se excitan las neuronas de esta región, menor activación tienen las de la amígdala (Mauss, 2006).

Por otro lado, pensar en un futuro inmediato agradable también resulta muy eficaz para mantener el autocontrol emocional, tal y como se demostró en el clásico experimento del  psicólogo Walter Mischel (2015), en el que los niños que resistieron la tentación de comer la golosina a cambio de recibir otra como premio si eran capaces de esperar obtuvieron mejores resultados en los test de inteligencia y tuvieron más experiencias de éxito en los años siguientes.

Es cada vez más evidente que somos dueños de nuestras emociones y que podemos influir en ellas modificando nuestros pensamientos, por lo que es de gran importancia aprender a gestionarlas ya desde etapas tempranas del desarrollo.

Enlaces relacionados:

  • Gross, J.J. and John, O.P. (2003). “Individual Differences in two emotion regulation processes: implications for Affect, Relationships, and Well-being”. Journal of Personality and Social Psychology. Vol. 85 (2), 348-362.
  • Mauss, I. (2006). “Control de las emociones”. Mente y Cerebro, nº 19: 36-39.

Mischel, W. (2015). “El Test De La Golosina”. Ed. DEBATE.

Por la Doctora Segun Sánchez

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